19 de junio de 2010

¿Quién soy?

12º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- C

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
--¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron:
--Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Él les preguntó:
--Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro tomó la palabra y dijo:
--El Mesías de Dios.
El les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
--El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
--El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.
Lc 9, 18- 24



El pasaje evangélico que hoy leemos padece de una particular importancia. Está encuadrado en el marco de la oración de Jesús.
No son palabras que afloran en cualquier conversación rutinaria.
Los discípulos ya han tenido ocasión de acompañar a Jesús en su actividad por Galilea. Han escuchado sus palabras, han contemplado sus hechos. Este pasaje va a originar una aceleración de los acontecimientos. Jesús va a ponerse en marcha hacia Jerusalén. Lucas nos lo repetirá insistentemente a lo largo del resto de su evangelio. Todo contribuye a remarcar la importancia del diálogo que ahora va a tener lugar. No es lo mismo escuchar el proyecto del reino de labios de Jesús o admirar sus signos, que confrontarse con su persona. Y aquí es donde ahora surge directa, inevitable, la pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros ¿quién decís que soy yo?.
Unos pensaban que era Juan el Bautista, el último, el más reciente de los profetas. Otros que era Elías o uno de los más antiguos profetas. Los profetas eran instrumentos de la Palabra de Dios, y esa palabra denunciaba las falsas esperanzas y los pecados del pueblo, a la vez que abrían el futuro hacia un horizonte insospechado lleno de novedad. Pero ahí residía su grandeza y su limitación. Lo importante era su palabra, su anuncio, su doctrina.
Su persona desaparecía una vez transmitido el mensaje, y en ese sentido no era imprescindible. Lo mismo que hoy. Existen "unos" que se adhieren a la última teología, al último concilio, a la más reciente reflexión de la fe cristiana. Están al día, a la moda. Otros prefieren la teología de antes, la de siempre, los dogmas y concilios de toda la vida, hasta el Vaticano II, claro. "Unos" y "otros" parece que tienen sus razones y preferencias, con los profetas de ahora, con los profetas de antes. Se da más importancia a la palabra, a la teología, a la doctrina... que a la persona de Jesús. Y aquí es donde realmente se decide el carácter de discípulos que diferencia a éstos de "unos" y "otros". Para los discípulos, Jesús no se confunde con un profeta más ni de los de ahora ni de los de antes, es sencillamente el Mesías de Dios, el definitivo enviado de Dios, el imprescindible en persona. Estamos invitados a seguirle, y ese "le" quiere decir que no podemos separar la persona del proyecto de Jesús.
Es necesario asumir el proyecto de Jesús. Pero Jesús es imprescindible. Y esta afirmación supera la nueva y la vieja teología.

Lo que ocurrirá a Jesús
Pedro se ha adelantado a responder no eludiendo la confrontación personal. Jesús es el Mesías de Dios. Pero Jesús no da por zanjada la cuestión, al contrario. Ahora es él quien se adelanta a vincular su persona con la expresión "Hijo del Hombre", y con el camino que va a seguir. "Tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día".
La persona de Jesús -Mesías de Dios- no cualifica su camino -como camino triunfal de Dios-, sino que la salvación del hombre se va a realizar asumiendo la historia de los hombres, sintiendo cómo dejan huella sobre su carne los sufrimientos y dolores de los hombres, los fracasos y frustraciones, la misma muerte. La salvación no será barata. El amor redentor significa entrega a los hombres. Y los hombres harán difícil a Jesús su camino a Jerusalén, el lugar de la salvación. Sólo después del sufrimiento y la cruz, llegará la hora de la resurrección. El amor lleva al sufrimiento. Y el sufrimientos será fecundo en vida para los demás.

Lo que espera a los seguidores de Jesús
Jesús ahora se dirige a todos. Sus palabras adquieren un valor universal de invitación condicionada. Invita a seguirle, pero por su mismo camino. "Venga conmigo quien se decida a negarse y a cargar su cruz de cada día".
No se trata de una expresión dolorista, ascética en un sentido negativo de la palabra.
Negarse es no ponerse en el centro, dejar a los demás ocupar el lugar preferente de nuestra vida, darse, amar. Quien así quiera seguir al maestro, deberá asumir la cruz que cada día surge cuando se quiere encarnar el amor en la historia, pagará los costes de una vida entregada. Porque a quien se entrega, se lo ponen difícil en este mundo. A quien quiere dejar de pensar en sí mismo para pensar en los demás, la vida se le complicará.
Sin embargo, Jesús insiste en la "ley" que resume todo el evangelio. "El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará". Paradójicamente quien intenta asegurarse, amurallarse, defenderse, para vivir mejor, para salvarse, quien busca eludir el sufrimiento, la muerte, éste es quien no salvará su vida, quedará estéril, infecunda.
Pero quien es generoso en no pensar en sí mismo, quien acepta desvivirse por amor y va dejando su vida a jirones incluso hasta la muerte, ése ha salvado su persona. Esta es la paradoja de Jesús y la que aguarda a sus seguidores.

JM. ALEMANY
DABAR 1986/35



Oh Dios, fuerza de los que en ti esperan, escucha nuestras súplicas; y pues el hombre es frágil y sin ti nada puede, concédele la ayuda de tu gracia para guardar tus mandamientos y agradarte con nuestros deseos y acciones.

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